
No Sabía que era un DJ hasta que lo Fui: Cómo me convertí en Dj Profesional
Aug 01, 2025Hay pasiones que te eligen sin que te des cuenta. La mía siempre fue la música. Antes de que la noche me reclamara y los platos se convirtieran en una extensión de mis manos, yo era un devorador de sonidos. Mi universo eran las ondas de la radio, los videoclips de la MTV que grababa religiosamente, y las cintas pirata que compraba en las ferias como si fueran tesoros prohibidos. Cada cinta original que caía en mis manos era una oportunidad para crear algo nuevo, para dar a luz a mis primeras recopilaciones, mis primeros "sets" sin saberlo.
Con 15 años, mi habitación era un santuario musical. Mientras otros gastaban su dinero en salidas, yo invertía en discos de Genesis, Queen, Michael Jackson, Technotronic, Prince, Aerosmith... Una colección ecléctica y, sí, un poco especial, como yo. Jamás imaginé que esa obsesión adolescente sería el prólogo de una vida entera dedicada a la noche, a descifrar el lenguaje secreto de la pista de baile.
El primer capítulo de mi aventura como DJ se escribió a los 18 años, no en una discoteca de moda, sino en un modesto bar de copas de Boadilla del Monte. Mi amigo Dani, el dueño, tenía el local, pero le faltaba la banda sonora. Sabía que yo tenía discos de sobra y me llamó. No para pinchar, porque ninguno de los dos sabía cómo se hacía, sino para poner música. Canción tras canción, un CD detrás de otro en dos reproductores domésticos. Más tarde llegó una mesa de mezclas, pero la técnica seguía siendo la misma: play al 1, play al 2. Simple, pero efectivo.
El verdadero giro del guion llegó de la mano de Javi, un DJ consagrado de la zona noroeste de Madrid. Javi era una bestia, un maestro con un estilo, conocimiento y técnica que te dejaban sin aliento. Él entendía el alma de la fiesta. Un día, se me acercó y soltó la bomba: "Me voy al Flanagan's, ¿quieres pinchar tú en el Daddy Hall?".
No lo dudé ni un segundo.
Y allí me planté, en una sala de conciertos de dos plantas, con un equipazo de sonido profesional y sin la más remota idea de cómo usarlo. Me encontré frente a dos CDs Gemini y dos Technics 1200MKs, el estándar de la industria, rodeado de una discoteca que me superaba. Al principio, era un desastre. Pinchaba fatal, pero mi amor propio y un deseo irrefrenable de hacerlo bien convirtieron esa cabina en mi laboratorio personal. Noche tras noche, a base de prueba y error, forjé mi técnica, aprendí a leer los tempos de la gente y a construir una sesión con sentido. En menos de un año, el crecimiento fue exponencial.
Del Daddy Hall salté a La Ventura, en Carabanchel. Un local diminuto con una afluencia de gente brutal. Fue un choque cultural. Yo llegaba con mi filosofía de mezclarlo todo, de construir un viaje sonoro, y me topé con un lugar acostumbrado a poner canciones "a corte". Al principio, hubo resistencia. Pero pasaron un par de fines de semana y se dieron cuenta de algo fundamental: sus culos no paraban de moverse.
Después de nueve meses, el destino me llevó al mítico Flanagan's. Empecé en la planta de abajo, en verano, mientras la verdadera fiesta explotaba en su legendaria terraza. Luego pasé a la planta de arriba, y finalmente, me quedé como residente principal, siempre donde estuviera la acción.
De ahí, de la mano de un misterioso futbolista, aterricé en el Moloko Lounge. Fue una época salvaje, colaborando con relaciones públicas que movían a jugadores del Real Madrid y a su séquito. El público era masivo y la música, puro dance comercial: Cassius, Bob Sinclar, Axwell... Una etapa increíblemente divertida. Mi última parada fue la reapertura del antiguo Look en Cea Bermúdez, ahora como Avenue. No estuvo mal, pero estaba lejos de mi gente y algo en mí ya no encajaba.
Había llegado el momento de dejarlo, habían pasado 12 años. Terminé mi segunda carrera y sentí la llamada de "un trabajo de verdad". Estuve tres años en Apple, una experiencia donde aprendí muchísimo y me sentí valorado, pero no pleno. Me fui. Aproveché el paro para formarme, mejorar mi inglés, aprender HTML y, finalmente, me lancé a la piscina: me fui a Londres, a la London School of Sound, a estudiar producción musical, mezcla y mastering. Lo de ser DJ ya lo tenía dominado; ahora quería construir la música desde sus cimientos.
Y así nació Overtónica.
Han pasado 14 años desde entonces. Quién me iba a decir que viviría de la música durante tanto tiempo. Hoy, mi mundo es online, vivo cómodamente en el campo y prefiero ganar menos pero vivir mejor. Eso sí, siempre trabajando con música. He aprendido más enseñando que pinchando, y a veces me pregunto si mi tiempo en las cabinas ha terminado para siempre.
Pero entonces sonrío. ¿Quién sabe qué está por venir?
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